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La confianza en el mercado no es lo más popular ahora mismo, pero de vez en cuando tiene sus momentos de fiabilidad.

De Valledupar a Riohacha  

Estoy en Valledupar, capital del departamento Cesar en el noreste de Colombia y quiero ir a Riohacha, capital del departamento La Guajira en el extremo noreste de Colombia. Es una distancia de 200 kilómetros. Pero son 4 horas de viaje debido a la falta de carreteras y a las muchas paradas que se hacen por el camino. Aparentemente no hay suficiente demanda de pasajes para que circulen grandes buses en horarios ya definidos. Es sorprendente, porque la red colombiana de autobuses regionales en general es muy buena, en particular cuando se trata de ciudades grandes (como estas dos). De todas maneras, en la terminal de autobuses me dijeron que no existe tal conexión y que debería ir al frente de la terminal y probar suerte allí.  

 

El mercado lo arregla

Parece que la demanda de pasajes es lo suficientemente alta para llenar un coche con pasajeros que quieran ir lo bastante lejos, en la misma dirección, cada media hora, para que así valga la pena. El servicio es más caro que un viaje con un autobús regular, pero a cambio te lleva de «puerta a puerta». También es posible mandar mercancías. Mientras los pasajeros van desembarcando y las mercancías siendo descargadas por el camino, también se van subiendo nuevos pasajeros y recolectando otras mercancías. En circunstancias ideales, la capacidad del vehículo está bien aprovechada para que sea rentable en todo lo posible. Muchos automóviles recorren las mismas rutas a la vez. Los conductores y conductoras se conocen y trabajan juntos. Adaptan los horarios y rutas constantemente, como cuando los vehículos se reúnen en cruces de calles e intercambian pasajeros de manera espontánea. Así los márgenes de beneficio se mantienen lo más alto posible para todos. Las tarifas están redistribuidas y los equipajes transbordados continuamente.  

 

Eficiencia y confianza   

Organizarse con recursos escasos requiere eficiencia más que cualquier otra cosa. Se necesitan vehículos y teléfonos móviles. Pero, sin embargo, no se necesita desperdiciar recursos en billetes, horarios rígidos, vehículos estandarizados, uniformes, comunicación centralizada etcétera. La asociada seguridad del cliente, la responsabilidad y la transparencia del servicio están reemplazadas por la más barata (pero sin embargo muy valiosa) confianza. Se confía en que las tarifas que se han pagado están redistribuidas correctamente, en que no hay malentendidos sobre los destinos, en que otro coche le recogerá a uno en la esquina específica donde le dejaron, en que las mercancías serán tratadas con cuidado. La confianza no es solo prerrequisito esencial para que todo funcione sin problemas y de manera eficiente, sino también para que el servicio pueda continuar.  

 

Eurocentrismo y estado   

En pocos temas el eurocentrismo sigue siendo tan flagrante y persistente como en la evaluación de la regulación estatal en “los países del sur”. La génesis del estado nacional “moderno” en Europa estaba determinada por la visión eurocéntrica de la era colonial. Fue fundamental para organizar y legitimar la explotación económica de las colonias, que sentó la base para la industrialización, la “modernidad” y la prosperidad europea. Al mismo tiempo, aquellas partes de las colonias, que eran fáciles de gestionar y controlar eran vistas como buenas, civilizadas y productivas, mientras que aquellas partes de las colonias que rechazaban el control y la integración eran vistas como malas, peligrosas e improductivas. Desde una perspectiva subjetiva esto puede haber parecido así, pero objetivamente, no era necesariamente el interés de cada persona colonizada, estar administrada lo mejor posible por los colonizadores europeos.  

 

Eurocentrismo e informalidad   

Después de la independencia de los nuevamente creados “países en desarrollo”, tener unas “instituciones fuertes” siempre era considerado como un objetivo central de desarrollo en el contexto de las cooperaciones internacionales. Esto no solo es poco imaginativo, sino que ignora la génesis sociocultural, económica y política de los estados poscoloniales. La vida laboral en Europa por ejemplo, está muy regulada con numerosas leyes laborales, patrimoniales e impositivas. No es legalmente posible ganar dinero de forma regular por una actividad o un producto sin cumplir ciertas condiciones. En contraste, en todo el mundo existe también la economía “informal” (o “economía sumergida”). El término en sí sugiere una especie de estado de emergencia, ruptura de lo normal, el más allá, refiriéndose por ejemplo a alguien que prepara algo de comer en casa y lo vende en la calle, o que transporta personas de un lugar a otro cobrando dinero sin que esto esté regulado externamente. En América Latina y el Norte de África, la economía informal emplea alrededor del 50% de toda la fuerza de trabajo. En algunos países de Asia y África subsahariana llega a dos tercios.  

 

¡Nosotros estamos arriba!  

Según el lema eurocéntrico las diferencias no se consideran diferencias sino deficiencias. La informalidad a menudo se interpreta como causa y también manifestación de los déficits de desarrollo. Ciertamente tiene muchas desventajas y problemas no resueltos en comparación con una economía «formalizada», pero normalmente hay buenas razones por su ocurrencia. No solo es la forma de economía más antigua y continua, pero ofrece a muchas personas una base de vida, que no tendrían ninguna. Ademas sin competencia esta cumpliendo centrales funcciones infrastructurales y socioeconomicos. Contribuye al aprovisionamiento, la venta, el transporte público local y de larga distancia, turismo o a veces incluso al desarrollo urbano, como cuando se crean enteros distritos de manera informal. Aunque el estado de esta manera pierde impuestos y control, que idealmente podría utilizar para el bien común, en la sociedad se cultivan sentimientos de autonomía, comunidad y confianza, con los cuales se puede afrontar varios desafíos.

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