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Espacio social y génesis de la sociedad – Cómo los individuos se convierten en parte del (¿democrático?) todo

Este texto apareció en el boletín anual de la Alemana Asociación de Trabajo Sociocultural (Verband für sozial-kulturelle Arbeit 2024).

 

Democracia en crisis

En 2025, la democracia en Europa se encuentra en una crisis profunda. Aunque no es la primera de este tipo, parece particularmente grave y preocupante; por un lado, los movimientos políticos que cuestionan fundamentalmente el sistema están, paradójicamente, obteniendo un gran apoyo a través de medios democráticos. Un ejemplo distintivo es la AfD en Alemania, que ha visto un aumento significativo en su base electoral recientemente, a pesar de que regularmente llama a derrocar el orden parlamentario y el sistema de partidos. Además, esta crisis se caracteriza por su alcance – casos como los de Viktor Orbán y Fidesz en Hungría, PiS en Polonia, Marine Le Pen y Rassemblement National en Francia, Geert Wilders y Partij voor de Vrijheid en los Países Bajos, Giorgia Meloni y Fratelli d’Italia en Italia, o Vox en España son otros ejemplos. Gran parte de la atención en este contexto se centra en los partidos democráticos, que han sido criticados durante años por carecer de ideas e integridad, por actuar cada vez más alejados de los ciudadanos y por imitar la retórica y los programas de fuerzas antidemocráticas. A la luz de los éxitos de la AfD en Alemania por ejemplo, se puede observar una postura cada vez más restrictiva sobre la migración y el asilo en todos los partidos. El interés en los votantes parece centrarse principalmente en reconstruir su comportamiento electoral: indagar sobre las circunstancias de vida y las experiencias políticas que llevan a las personas a marcar la X en este o aquel lugar, en lugar de en otro. Sin embargo, hay que considerar otros aspectos para combatir efectivamente esta crisis.

 

¿Quién es el pueblo?

En el discurso sobre la soberanía popular, la relación del individuo con la sociedad – cuyo destino colectivo y autogestionado es el objetivo último de la democracia – permanece en gran medida subestimada. Se enfrentan dos tendencias generales. La noción de Homo Oeconomicus (Knight 1999), que actúa exclusivamente en función de sus propias necesidades e intereses en un sistema democrático, contrasta con la idea general de comunidad, en la que los individuos se sienten responsables unos de otros y alinean sus acciones políticas en consecuencia. La definición del soberano democrático – quién constituye del pueblo que se gobierna a sí mismo – está en constante cambio, sujeta a negociaciones, es objeto de controversia y es controvertida (Habermas 1962). Ya en la democracia ateniense, el punto central de referencia histórica, solo los ciudadanos libres podían participar en las decisiones colectivas, mientras que las mujeres, los esclavos y los metecos (hoy probablemente considerados extranjeros o recién llegados) fueron excluidos por definición. En conjunto, estos grupos excluidos representaban una parte significativa de la población sobre la que se tomaban decisiones. Por lo tanto, a pesar de la actual crisis, podemos afirmar que hemos avanzado considerablemente. Las preguntas clave sobre la pertenencia social y el poder – sobre qué bases se sustentan, para quién comienzan y terminan donde, y a qué condiciones se asignan – hay que complementar con preguntas sobre cómo se expiriencian y se negocian a nivel individual. Este es el camino que exploraremos a continuación.

 

La sociedad como la suma de sus partes

Benedict Anderson afirma en «Imagined Communities» (1983), su obra clásica sobre la formación de naciones, que incluso en los estados nacionales más pequeños es imposible conocer a más que una fracción de las personas con las que se forma una sociedad. La mayoría de las personas que participan en un proceso democrático para elegir un gobierno común nunca se encontrarán o conocen entre sí. La relación entre ellas se basa en gran medida en la imaginación. Aceptan simplemente que estas personas existen en lugares donde nunca se encontrarán y que, de alguna manera, están conectados. Las experiencias que se obtienen de las interacciones con algunos sirven como representación del todo. La idea de una sociedad nacional como una unión de iguales, creada como una comunidad del destino, en la que uno generalmente nace – la palabra nación proviene del latín «natio» (pueblo, origen, nacimiento) – es comúnmente aceptada. En las últimas décadas, la idea de la posterior integración a través de la naturalización ha ganado aceptación, pero también ha suscitado resistencia y presión para la asimilación. En la práctica, la unión, a pesar de su comprensión igualitaria, está profundamente marcada por desigualdades – entre clases sociales, personas sistemáticamente privilegiadas y desfavorecidas. Las desigualdades se condicionan mutuamente, lo que lleva a disputas sobre dónde deberían trazarse los límites de la cohesión social – por ejemplo, en función de la nacionalidad, las experiencias migratorias, el color de piel, el lugar de residencia, la religion, opiniones políticas, etc.

 

Espacio público – El bien común

La lucha individual con la sociedad y la pertenencia ocurre, en parte, de manera pasiva, a través de medios de comunicación y abstraídos (por ejemplo, al encontrarse con informes sobre «personas con antecedentes migratorios», «los del este de Alemania» o «la juventud»), pero se lleva a cabo de manera mucho más directa a través de interacciones personales en el espacio social. Los lugares con función pública, donde ocurre el intercambio entre extraños – como parques, cafeterías, bares, calles, plazas, centros comunitarios, servicios sociales, centros comerciales, transporte público, salas de espera en consultorios, entre otros – cumplen un rol fundamental en la génesis social, al permitir encuentros entre extraños (Valentine 2008). Las relaciones entre personas se experimentan y se reproducen continuamente en las acciones diarias. Uno puede mostrarse tal como es, expresar sus preocupaciones y posicionarse sobre diversos temas. Puede encontrar a personas afines o experimentar rechazo, escuchar diferentes perspectivas y formar opiniones sobre los demás. En resumen, es principalmente el espacio social donde los individuos forman una sociedad y reconocense a sí mismos como parte de ella (o no).

 

Experimentar diferencias

Colectivamente, la sociedad es una negociación permanente, mientras que individualmente es un proceso de aprendizaje. Las interacciones entre las personas permiten una confrontación con la diversidad social. La lucha con el “otro”, independientemente de la forma de diferencia, se convierte en un estímulo cognitivo y una base para el desarrollo personal. El intercambio de conocimientos y la acumulación de experiencias son necesarios para determinar quién se quiere ser. En condiciones favorables, la experiencia de las diferencias puede traducirse en un aumento de la tolerancia y la apertura, y (por muy trillado que parezca) en la ampliación de los propios horizontes. Estas son habilidades blandas clave para vivir en una sociedad diversa en un mundo globalizado que cambia rápidamente. Sin embargo, en circunstancias desfavorables, como desigualdades legales entre grupos de personas, segregación espacial, marginación o desigualdades extremas de poder, la convivencia social puede consolidar divisiones y fomentar prejuicios y animosidades (Amin 2002). Las líneas de separación se trazan a lo largo de las clásicas categorías sociales: etnicidad, nacionalidad, color de piel, lengua, género, edad, orientación sexual, riqueza, educación, así como a lo largo de atributos más banales, como el gusto musical, preferencias deportivas, hábitos alimenticios, subculturas, etc. La experiencia positiva de la diversidad social se opone directamente a la mayor de todas las fuerzas que dividen a la sociedad: el miedo a lo desconocido.

 

Condiciones favorables

El trabajo comunitario opera con plena conciencia de la importancia del espacio social (Fürst & Hinte 2020). Los centros comunitarios son en este sentido instituciones especiales que no solo aceptan el espacio social como dado, sino que reflexionan sobre su impacto y lo moldean activamente para fomentar la inclusión. Se interviene en la negociación social continua sobre la pertenencia adaptando las ofertas a la diversidad social, creando condiciones favorables para encuentros entre extraños, y en particular dirigiéndose a aquellas personas que enfrentan obstáculos para su participación social. Esto se lleva a cabo en forma de prevención de la soledad, cafés lingüísticos para inmigrantes, accesibilidad para gente con descapacidades, entrenamiento de la memoria para personas mayores, asesoramiento para padres solteros, proyectos para personas sin hogar, etc. El valor de estas instituciones no solo radica en que diferentes personas puedan participar, sino también en que su implicación se produzca en igualdad de condiciones – de manera autodeterminada y sin necesidad de compromisos en su respectiva identidad. Esto, a su vez, es tanto un requisito previo como una expresión de ser un miembro igualitario y activo de la sociedad.

 

La crisis democrática como resultado de la polarización social

La actual crisis de la democracia en Europa está inextricablemente relacionada con las divisiones sociales. Aunque difieren en detalles en los distintos países, todas están fundamentalmente caracterizadas por una creciente polarización y fragmentación social. Las estrategias políticas de los actores antidemocráticos no son, por lo tanto, una coincidencia; se basan principalmente en la exclusión y en apelaciones populistas contra aquellos cuya participación puede ser cuestionada. Se complementan con acusaciones hacia un sistema que es percibido como responsable de todos los males. Alimentar miedos, explicar problemas complejos a través de simples atribuciones de culpa y enfrentar a la gente contra los más débiles se ha demostrado ser estrategia burdas pero efectiva para desmantelar el sistema democrático. El debilitamiento del orden político por lo tanto es consecuencia de la desintegración del soberano democrático.

 

Otro mundo siempre es posible

A pesar de la gravedad de este desarrollo, es reconfortante reconocer que no es nada nuevo ni irreversible. La funcionalidad de la democracia depende de las actitudes entre las personas, que son cambiantes y están siempre en transformación. Incluso el más tradicional representante nacional es el resultado de siglos de mezcla cultural y social. Esto no es algo nuevo. Así como los imigrantes de hoy, que esperan aceptación, pueden convertirse en los chauvinistas de mañana, también se pueden superar las divisiones socioculturales más profundas cuando se crean las condiciones para ello. Por ejemplo en Alemania ya se ha realizado un giro completo social y cultural de una generación a la siguiente. Al final, todo el reaccionarismo y las narrativas apocalípticas sobre los extranjeros y los «otros» no pueden cambiar el hecho de que con el crecimiento de la población y la comunicación en todo el mundo, la diferenciación y mezcla socioculturales continuarán creciendo a gran velocidad. Las identidades humanas se están volviendo cada vez más complejas y se manifiestan en más y más maneras. Y no hay nada que se pueda hacer al respecto. Negarse a aceptar la realidad por otro lado nunca ha dado resultados a largo plazo.

 

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